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Cazadores de dinosaurios

Lo que empezó como una tarea escolar, se convirtió en una forma de vida que ha contribuido en más de cuatro décadas, a poner a Coahuila entre los 10 mejores lugares del mundo con restos de dinosaurio y diversidad de fósiles. Es la historia de la Coordinación de Paleontología, un grupo de paleontólogos autodidactas que abrazaron el desierto y se volvieron expertos en el hallazgo de especies de dinosaurios que han atraído el reflector mundial.

  • 07 abril 2025

Sobre el escritorio blanco y bajo, rodeado de anaqueles con profusión de huesos, - cráneos, húmeros, fémures, quijadas -, destaca la ulna de un monstruo gigante, que merodeó por estas tierras hace unos 65 millones años.

Es la ulna, maravillosa, fantástica ulna, dirán sus descubridores, el antebrazo, de uno de los dinosaurios más grandes que ha dado Coahuila al mundo, y que aún no ha sido estudiado, descrito ni bautizado.

“Este huesito es la quijadita y estos son los dientes, tú puedes tocar los dientes, sentir cómo se gastaban por comer los frutos y las ramas”, dice Martha Carolina Aguillón Martínez, paleontóloga, graduada en Estados Unidos, la primera que hubo en Coahuila.

Después de haber dedicado más de 40 años de su vida a hurgar en los fósiles de huesos, frutos y plantas de todas las eras geológicas, Martha sabe de lo que habla.

Es un viernes de febrero como a la 1:00 de la tarde y hace un rato que los miembros de la Fundación Antares, cinco científicos, dos mujeres, tres hombres se han reunido en el laboratorio del Museo del Desierto, (MUDE), de Coahuila, una suerte de osario de la prehistoria, para platicar sobre sus hallazgos, la mayoría de ellos, únicos en todo el planeta y que han desvelado a la semidesértica región sureste de Coahuila como un paraíso paleontológico.

“Todo esto fue colecta nuestra. Todo esto son cosas que a nosotros nos tocó excavar”, comenta Martha ahora desde un cuarto mínimo, si acaso tres por cuatro metros, luz lechosa, con estantes donde descansan decenas, quizá cientos de cajitas de cartón rotuladas con inscripciones que avisan lo que contienen y dónde se encontró: el laboratorio de micropaleontología del MUDE.

Aquí es un área de acceso restringido, sin paso para las cámaras fotográficas y todo aquel curioso que no sea estudiante de geología, paleontología o investigador.

Martha abre una de las cajas y extrae de ella una roca, áspera, rojiza, del tamaño de un durazno regular, parece un durazno, dice, pero hasta hoy nadie sabe lo que es, no ha sido estudiado ni clasificado científicamente, y hasta hoy los de Antares se han conformado con saber que es un fruto fósil.

Todo lo que reposa aquí, añade Martha, está en lista de espera para ser estudiado: unas 10 mil piezas, el acopio de diferentes expediciones realizadas desde antes de que Antares apareciera en el firmamento de la paleontología mundial, hace unas cuatro décadas.

10 mil piezas y Martha, como sus cómplices de aventuras, tiene más que claro que necesitará más de dos vidas para desentrañar el misterio que envuelve a estos tesoros.

“Cada una es un proyecto de investigación y no, no alcanza, yo necesito dos vidas, pero ya voy a renacer. Ahorita están esperando por algún alumno de licenciatura o de maestría o de doctorado que venga a estudiarlas”, dice Martha y se ríe con una risa paciente.

“Hay jóvenes que se van a hacer viejos estudiándolas”, dirá José Ignacio Vallejo González, uno de los paleoartistas del grupo, viejo lobo del desierto.

“Muchos niños que iban a Rincón Colorado veían los restos y decían, ‘oiga, ahorita yo no entiendo nada de lo que está aquí, pero ya mañana se va a montar, ¿verdad?’. Como si se levantara el dinosaurio, se sacudiera y ya... A veces son años de estudio”, interviene Carlos René Delgado de Jesús, otro paleontólogo.

$!La paleontóloga Martha Aguillón Martínez durante una exploración en el desierto coahuilense.

EL HALLAZGO DE UN MAMUT, EL PRINCIPIO DE UN GRUPO

En la biblioteca con libreros relucientes, henchidos de libros, enciclopedias y revistas de ciencia, una mesa reluciente al centro, René y sus colegas de Antares, sentados alrededor, recordarán el primer encuentro del grupo con un fósil de los grandes.

Se trataba del cráneo de un mamut que fue descubierto por una cuadrilla de trabajadores, mientras realizaba reparaciones de carretera en un punto conocido como Ejido los Llanos, en Arteaga.

Sucedió en 1983.

El maquinista de la obra lo habría confundido con una palma, por los muchos huecos y cavidades que presentaba, cuenta René.

“El encargado de la cuadrilla dijo ‘para la máquina’ y se dan cuenta de que era el cráneo de un mamut”.

Alguien se encargó de comunicar el hallazgo al entonces director de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, (SARH), y éste, por caprichos del destino, a un profesor de la Escuela Normal Superior del Estado, (ENSE), que aseguró contar entre sus filas con un grupo de inquietos estudiantes que tenían las garras suficientes para arrancarle a la madre tierra tan preciada alhaja.

Los alumnos aquellos eran, entre otros, Martha Carolina Aguillón y Carlos René Delgado, postulantes de la carrera de ciencias naturales, que más tarde junto con la hoy paleontóloga María Rosario Gómez Núñez, coordinadora de Paleontología en el Estado, y los paleoescultores José Ignacio Vallejo, Alejandra Berrueto Córdoba y otros más, formarían la Comisión de Paleontología de la Secretaría de Educación de Coahuila.

“Y se rescató buena parte del cráneo de ese mamut...”, platica René.

Sería la primera excavación, de muchas, en la que intervendrían educandos de la carrera de naturales de la ENSE.

“Pedimos el apoyo a la UNAM, la UNAM dijo ‘no puedo, tengo mucho trabajo. Mamuts hay por todas partes’, pero para nosotros fue una experiencia inolvidable. Nos dimos cuenta que podíamos hacerlo, con técnicas muy rústicas, muy elementales, pero finalmente aprendimos...”, comenta Carlos René, 64 años, maestro en ciencias, jubilado.

“Autodidactas completamente”, lo secunda Rosario Gómez, 69 años, una de las fundadoras de Antares.

Pero la historia de este grupo de paleontólogos autodidactas, que luego se volvería experto en buscar, encontrar, exhumar y recuperar restos de animales vertebrados e invertebrados como insectos, moluscos, erizos, dinosaurios, caballos, tortugas, peces, tiburones y un largo etcétera, venía de más atrás.

$!Las y los científicos explican a estudiantes del colegio Cervantes de Torreón, cómo han trabajado para lograr sus hallazgos.

UN TAREA DE ESCUELA QUE SE CONVIRTIÓ EN FORMA DE VIDA

Martha recuerda que los profesores de botánica, zoología, mineralogía, de la Normal, encargaban a sus pupilos de la especialidad de ciencias naturales, a manera de tarea escolar, ir al campo en busca de diversas colecciones. Fue así que dieron con los fósiles.

Los chicos se iban en grupo, de fin de semana, al desierto, para hacer su tarea.

Un pasatiempo extramuros que despertaría una pasión insospechada por la paleontología.

“Dieron con los fósiles y se interesaron de manera especial en ellos. Fue el primer encuentro con ellos, era algo desconocido. Consultando en libros supieron que se trataba de fósiles. Habían encontrado unos triangulitos negros que al principio decían que era un capricho del destino y resultó que eran dientes de tiburón”, dice Rosario, quien llegaría al grupo años más tarde.

En ese entonces la palabra paleontología no figuraba en el glosario de los aprendices. De a poco se fue acuñando en su cerebro, a fuerza de ir rastreando las huellas del pasado, de allá cuando Coahuila era mar.

“Llevábamos muchas materias de Ciencias Naturales, y de didáctica, además de mucha investigación en campo. Nos pedían hacer colectas de conchas, de insectos, de plantas, de hojas, de semillas, de todo. Nos pedían alrededor de 30 fósiles por cabeza y otros 30 o 50 minerales. Así es que andábamos en las minas consiguiendo todo, por todo el estado”, cuenta Martha, morena, cabello negro y lacio, 61 años.

Así fue como afloró en aquellos estudiantes una afición que al rato mutó en profesión, y luego en una forma de vida.

“Hasta que llegamos a un punto que dijimos, ‘bueno, algo se tiene que hacer con estos fósiles, se estén colectando y acumulando, sin ninguna finalidad. Vamos a juntar los de todos y a hacer una colección única, y vamos a dar apoyo a las maestras y a las escuelas que se interesen en el patrimonio histórico’”.

PRIMER DINOSAURIO DE COAHUILA

Otro viernes, a mediodía, en las profundidades del desierto de Rincón Colorado, General Cepeda, Carlos René está parado en el ojo de una cantera, así se nombra al lugar de excavación y rescate, donde fueron encontrados los restos del Velafrons coahuilensis, primer dinosaurio mexicano de Coahuila identificado a nivel de género y especie para el mundo.

Delante de él un grupo de chiquillos, estudiantes de primero de secundaria, provenientes del Colegio Cervantes de Torreón, escuchan pasmados la plática.

“Si se fijan ustedes aquí hay una roca muy grande, aquí pudimos nosotros trabajar una primera vez, pero suponíamos, por la posición de los huesos, que más acá podían estar más restos del animal. Sin embargo, ya no podíamos trabajar porque estaba este filón de roca ¿Qué tuvimos qué hacer?, traer un rompedor de roca, un martillo hidroneumático para, desde arriba, trabajar aquí. Porque si excavábamos como una cueva corríamos el riesgo de que esto de repente se nos viniera encima y entonces aquí no sería un dinosaurio el encontrado, sería un homínido y un dinosaurio o muchos homínidos, porque andábamos varios”.

Bromea Carlos René, 64 años, maestro en didáctica de las ciencias naturales, que hoy vino vestido de explorador: gorra de camuflaje, chaleco y pantalón verde militar, tenis ídem.

$!El Grupo de Coordinación de Paleontología no solo descubre fósiles, sino que también divulga el conocimiento entre niños y niñas.

Más allá Alejandra Berrueto, máster en promoción y desarrollo cultural, 59 años, la paleoescultora del equipo, dirá que el Vela es uno de los dinosaurios más completos que se han encontrado.

“Se encontró más del 70 por ciento del cráneo. Gracias a que encontramos los huesos del cráneo se supo que la vela que tenía este dinosaurio era diferente a todas las que había, ya se habían descrito picos de pato, y no solamente eso, sino se determinó nuevo género y nueva especie”, detalla René.

“Para Coahuila y el mundo: 100 por ciento hecho por mexicanos”, dice Alejandra.

Después será la sorpresa para los críos enterarse de que aquí, bajo este suelo que pisan, bajo este desierto de lomas que al atardecer se pintan de rojo, efecto del sol proyectado sobre sus rocas milenarias impregnadas de óxido de fierro, hay oculto un cementerio donde están sepultadas cientos, quizá miles de criaturas que rondaron por acá hace 72 millones de años, mucho antes de que el hombre apareciera sobre la faz de la tierra.

“Me preguntaba una jovencita que si debajo de esto todavía hay dinosaurios, sí hay dinosaurios. Es una zona riquísima para la ciencia paleontológica...”, advierte José Ignacio Vallejo, 68 años, maestro de educación artística de profesión, paleoescultor por vocación, que, junto con el grupo de la Coordinación de Paleontología, vino hoy para acompañar el safari.

EL ORIGEN DE ANTARES

De vuelta a la biblioteca del MUDE Martha está contando cómo fue el origen de Fundación Antares.

Para empezar, el nombre surgió en 1982 en honor a la estrella más brillante de la Constelación de Escorpio.

“En aquel entonces estaba muy de moda eso de que ata tus sueños a una estrella”.

A alguien en el grupo se le ocurrió, ¿y por qué no la estrella más brillante de todas?, ¿y por qué no Antares? Se sometió a votación, se sacó un logotipo y cooperaron para el registro.

Entonces Antares funcionaba así:

Los chicos de cuarto grado de la carrera de ciencias naturales de la ENSE, apoyaban a los de tercero y segundo en la colecta de los fósiles que les encargaban sus maestros.

De cuando en cuando se adentraban en el desierto a la caza de fósiles de dinosaurios y otros tesoros. Eso que en paleontología se conoce como prospectar: ubicar un terreno, revisar el terreno, caminar en zig zag cierta extensión para ver qué te encuentras, y encontraban.

“La prospección generalmente se hace en terrenos que la gente de los ejidos reporta cuando va a sus cosechas o anda con sus animales y encuentran huesos, conchas, o algo que le resulta peculiar. Otra manera es checar los mapas geológicos del terreno, seleccionar el área de terreno con rocas sedimentarias, que son las que tienen mayor posibilidad de tener fósiles, e ir ahí a buscar”, dice Rosario.

Luego excavaban, mapeaban y rescataban el material en chaquetas o férulas de yeso y lo transportaban al laboratorio para su limpieza, restauración estudio y montaje.

“En aquel entonces no andábamos ataviados como ahorita con zapatos especiales y ropa para el clima. Eran tenicitos delgaditos o a veces hasta huaraches de hule y yo recuerdo en una ocasión que a una compañera de plano se le derritieron sus huarachitos. Salíamos mucho para el área de Ramos Arizpe, un sol tremendo, allá la temperatura es de más de 45 grados, los cactus, cada ratito nos lastimábamos. Sufríamos muchos incidentes. Gracias a Dios la libramos bien”, relata Martha.

Los Antares se habituaron a salir de expedición los fines de semana, en el tren o de raid...

Hasta que conocieron a Rosario y su vagoneta Rambler.

$!El grupo de Coordinación de Paleontología tiene más de 40 años abrazando el desierto en donde han encontrado piezas históricas y huesos de dinosaurios.

A los Antares, veinteañeros en su mayoría, alumnos de la Normal Superior, se les puso entonces a armar una colección de todo lo que habían juntado, con la idea de difundir el patrimonio paleontológico de Coahuila y crear conciencia de su protección.

“En aquel entonces había muchos aficionados que tenían sus colecciones personales. La diferencia es que nosotros pusimos nuestro conocimiento y los fósiles colectados a disposición de la comunidad educativa, eso es lo que nos hizo diferentes”, dice Martha.

Iban y llevaban exposiciones temporales a las escuelas primarias y secundarias, daban cursos a los maestros sobre lo que era la paleontología, los fósiles, su importancia y de cómo modelar réplicas en plastilina, en yeso, cosas así, muy sencillas.

“Cuando se empezaron a dar a conocer les hablaban de las escuelas, ‘oigan, ¿nos traen los fósiles? Hay personas que gracias a nuestro trabajo ahora son geólogos, paleontólogos. Que llegaron con nosotros de niños, de chiquitos y ahorita ya son paleontólogos”, dirá Rosario.

El astro aquel al que habían atado sus sueños, más temprano que tarde, los empujaría lejos.

EL PARTEAGUAS DE ANTARES

De nuevo en el laboratorio del MUDE que resguarda la colección Paleontológica de Coahuila, Martha presume el húmero poderoso del primer dinosaurio que rescató el grupo, “solo, sin ayuda de la UNAM ni de nadie”, en La Presita, municipio de Parras.

Lo que marcó un parteaguas en la vida de los Antares fue la invitación que recibieron de la UNAM para participar en un proyecto que se llamó “Primer Montaje y Exhibición de un Dinosaurio en México”.

Consistía en el rescate del esqueleto parcial de un kritosaurus juvenil, que después se sabría era un dinosaurio perteneciente a la familia de los hadrosáuridos, comúnmente conocidos como picos de pato, no crestado, de 6 metros de largo y un peso estimado de 3 toneladas, herbívoro, que vivió aproximadamente hace 72.5 millones de años y que había sido descubierto por Jesús Martínez Álvarez, otro integrante de Antares, durante unas excavaciones en Presa de San Antonio, Parras, Coahuila.

Los Antares, que de a poco se habían internado en el mundo de la paleontología formal, a través de asistir a los tallares y cursos sobre técnicas de rescate de invertebrados y elaboración de moldes y duplicados, organizados por la Universidad Nacional Autónoma de México, aceptaron.

Los cerebros de aquel proyecto, auspiciado por el CONACYT, eran tres científicos: doctor Shelton Applegate, doctor Luis Espinoza y René Hernández, maestro en Ciencias, al que tiempo atrás habían conocido por una colega de Frontera, Coahuila, se volverían lugares comunes en el léxico de los Antares.

“Ellos fueron a la sala de mi casa que era donde entonces estaban reunidos todos los fósiles. Vieron el material y se quedaron sorprendidos de que en nuestra colección teníamos dientes de cocodrilo, restos de tortuga, de dinosaurio. Estaban interesados particularmente en los dinosaurios y por eso nos invitaron a participar”, dice Rosario Gómez.

$!Buscar, encontrar, exhumar, y recuperar restos de animales como insectos, moluscos, erizos o dinosaurios, ha sido la tarea de este grupo.

ISAURIA, LA PRIMERA CONTRIBUCIÓN

Rosario quien llegó a Antares tras su reingreso a la Normal Superior, como alumna de la maestría en pedagogía de las ciencias naturales, se está acordando de la tarde en que excavaban en la fosa del Kritosaurus, que los sorprendió un aguacero y el grupo de expedicionarios tuvo que refugiarse bajo una rústica tienda de campaña montada en mitad del desierto.

El nombre coloquial de aquel dinosaurio se incubaría aquella tarde de diluvio entre chiste y chiste.

“Dice Luis Espinoza, ‘pues para que la gente se acuerde de este dinosaurio necesitamos ponerle el nombre de alguien famoso, pero que no sea político’. Él tenía una prima actriz Isaura Espinoza, dijimos ‘¿y si le ponemos Isauria, como su prima?’”.

Al paleontólogo Luis le cayó en gracia.

“Decía que su prima tenía la nariz un poquito prominente y que, probablemente, este dinosaurio también, ‘le vamos a poner Isauria’, dijo”, relata Carlos René Delgado, el primer mexicano que fue a Mongolia, invitado por paleontólogos asiáticos, para trabajar con dinosaurios en el desierto de Gobi.

Años después Isuaria sería estudiado y etiquetado con el nombre científico de Latirhinus uitstlani, que significa lagarto sureño de nariz prominente, Isauria, para los amigos.

“Fue nuestra primera contribución al mundo de los dinosaurios, pero ya teníamos otros materiales: conchitas, caracoles, frutos fósiles. Encontraron los primeros restos de frutos fósiles que pusimos a disposición de la ciencia para su estudio...”, revela Martha.

El rescate de este monstruo, y su revelación para el mundo, produjo la evolución de la Fundación Antares en un organismo nombrado Coordinación de Paleontología, adscrito a la otrora dirección de Educación de Coahuila.

“El profesor Jesús Alfonso Arreola Pérez, que era el director de Educación, nos llama y dice ‘vi su interés, me encantó ver la pasión con la que hacen todo y veo que hay dinosaurios que atraen la atención de paleontólogos, y que ustedes tienen ya una colección’. Él era historiador y dijo ‘ustedes en lugar de dar clase se van a venir a cubrir su horario aquí, y se van a dedicar a la investigación de fósiles’”, cuenta Martha.

A la sazón, iniciaron su participación en congresos nacionales de paleontología, donde enseñaban sus hallazgos e investigaciones y miraban los de otros.

$!Lo que inició como una tarea escolar, un pasatiempo, terminó convirtiéndose en una forma de vida.

RINCÓN COLORADO, EN EL MAPA MUNDIAL

Un viernes más por la mañana en el laboratorio de micropaleontología los integrantes de la Coordinación están repasando uno a uno sus recuerdos: fotos y notas de diarios, archivados en muchas carpetas, pasta gruesa y separadores de plástico transparente, como álbumes familiares.

40 años de recuerdos.

La fotografía es en Rincón Colorado, el primer sitio paleontológico del norte de México que ha ofrendado a la ciencia importantes especies de dinosaurios e invertebrados.

“Aquí es cuando ya se hace el descubrimiento de Velafrons. Estas son cuatro vértebras de la cola... Se hizo la excavación, pero llegó a un punto en que no podíamos continuar más, porque estaba esta roca y necesitábamos un rotomartillo especial que nosotros no teníamos”, dice Martha.

Un equipo interdisciplinario de científicos estadounidenses, canadienses y mexicanos, con nombres sonoros de paleontólogos, doctor Scott Sampson, maestro en ciencias; Mike Getty, que había venido para buscar dinosaurios en Ramos Arizpe y no encontró, se ofreció a dar parte del dinero de su proyecto a la renta de un rompedor de roca.

“Dicen, ‘bueno, nosotros tenemos el dinero y los recursos, ¿qué se les ocurre que podamos hacer?’, les dijimos, ‘Ah, ¿traes dinero?, pues sacar la cabeza de este dinosaurio. Entonces se integra el proyecto Dinosaurios de la Cuenca de Parras, con la participación de México, Canadá y Estados Unidos y el apoyo parcial de la Revista National Geographic. Se vinieron a la siguiente expedición, rentaron el martillo y le dieron, le apostaron y salió la cabeza”, narra Martha.

“La excavación del Vela en sí empezó desde antes, desde el 98”, dirá René.

“Fue un proceso largo el de Vela, se llevó sus años”, comenta Alejandra.

“Fueron muchas temporadas”, abunda Ignacio.

“No hay ningún otro en el mundo como ese”, aclara Rosario.

En 2008 saltaría a la vista de todo el mundo el Velafrons coahuilensis, un hadrosaurido con una cresta ósea en la frente, que habitó en Rincón Colorado, General Cepeda, a finales del cretácico, hace aproximadamente 72 millones de años, que medía siete metros de largo, herbívoro, y que pondría a Coahuila y a México en la cartografía mundial de los dinosaurios.

“Gracias a que encontramos los huesos del cráneo, se supo que la vela que tenía este dinosaurio era diferente a todas las que había, que ya se habían descrito picos de pato, y entonces se le llamó Velafrons coahuilensis, que quiere decir dinosaurio de Coahuila con una cresta en forma de vela, de vela de barco”, dice Rosario.

Al mismo tiempo el grupo de la Coordinación había desenterrado para la ciencia otro monstruo que, en 2010, sería presentado al mundo como Coahuilaceratops magnacuerna, el primer dinosaurio de Coahuila con cuernos en la cara, que ahora se sabe vivió en Presa de San Antonio, Parras de la Fuente, hace entre 70.5 y 71.5 millones de años, herbívoro, 6.7 metros de largo, aproximadamente, con un peso probable de entre cuatro y cinco toneladas, y que se cree andaba en manadas.

“En los últimos años, México, y en particular el estado de Coahuila, a través de la Coordinación de Paleontología de la Secretaría de Educación, se ha convertido en un actor clave en la paleontología mundial de dinosaurios. Científicos de todo el mundo visitan Coahuila para colaborar con la Coordinación de Paleontología y contribuir a la investigación de esta zona rica en fósiles”, habría dicho en una publicación el doctor Donald Brinkman, paleontólogo del Museo Royal Tyrrell de Alberta, Canadá.

“Empezamos a participar en congresos internacionales y esto permitió que paleontólogos de otros países conocieran los fósiles de Coahuila y empezaran a venir. Organizamos 11 semanas de paleontología y vinieron y hablaron, entre otros temas de huellas fósiles y del pleistoceno, de peces, de paleontología y fósiles en general. Conocimos a investigadores de talla internacional y ellos nos coachearon, de alguna manera, para hacer trabajos de investigación y de descripción, ya formalmente, de los fósiles”, dice Martha.

Alejandra Berrueto, una de las paleoartistas del grupo, para quien su arribo a la Coordinación fue un sueño cumplido, prefiere acordarse del día que la novatearon.

La novatada de las piedras en la mochila, célebre entre los de la Coordinación.

“Cuando voy por primea vez al campo, dicen, ‘vámonos a prospectar al desierto, te traes buenas botas, porque te entierras de todo, y la cachucha’, y vámonos. ‘Ah mira’, y levantaban, ‘esta es una vértebra de no sé qué’, y yo decía ‘ay me están botaneando, cómo van a saber, claro que no’, y ellos ‘sí vas a aprender... A ver guárdala’. Oye al rato mi mochila bien pesada. Me iban echando piedras en mi mochila. Nos parábamos al lonche y a descansar y luego cargaba mi mochila y yo ‘ay’, y ellos ‘camínale’, en el monte. Al final oigo que dicen ‘los tesoros’ y todos atacados de la risa, y a vaciar la mochila...”.

$!Los miembros de la fundación Antares se han reunido en el laboratorio del Museo del Desierto para platicar sus hallazgos.

LA RIQUEZA PALEONTOLÓGICA

Alejandra y José Ignacio, los paleoescultores del equipo, habían sido reclutados por la Coordinación de Paleontología para dar vida, a través de la reconstrucción, a aquellos monstruos, y sus ambientes, que habían sido rescatados del cretácico.

A Ignacio lo invitaron para que recreara, en una maqueta, el ambiente en el que había vivido el mamut de Los Llanos, y se quedó.

“Yo entré a los proyectos, a restaurar y completar el primer dinosaurio de México para el mundo, Velafrons coahuilensis. Se completó al 100 por ciento el esqueleto, fue la primera réplica y así seguimos trabajando con tortugas, modelando frutos fósiles... No es solo eso, es ir a campo, es prospectar, es excavar, es rescatar, mapear, mapeamos una zona de huellas hermosa...”, dice Alejandra.

Durante 2008 el grupo se enfocó en describir todo lo que se había colectado hasta entonces.

Entre aquellas joyas se encontraba el fósil de una tortuga pequeña, nuevo género y especie, descubierta por Ignacio Vallejo, y que en 2017 fue dada a conocer al mundo con el nombre de Yelmochelys rosarioae, en honor a Rosario Gómez, por su trayectoria, en ese entonces de 29 años, en el estudio y difusión de la riqueza paleontológica de Coahuila.

“Se ha colaborado en muchísimas otras cosas que han sido menos comentadas porque no son dinosaurios, pero que son igualmente importantes para la ciencia”, apunta Rosario.

Al descubrimiento de Isauria y del Velafrons vendrían infinidad de hallazgos de la Coordinación, que, como diría el doctor Brinkman, del Museo Royal Tyrrell, habían seducido las miradas y las mentes de los paleontólogos más influyentes del orbe.

“Gente muy humilde. Les ofrecíamos viáticos y hospedaje, pero no pago, nunca nos pidieron pago. Trajimos especialistas en huellas, vino hasta un italiano, el doctor Giuseppe Leonardi, quien además es sacerdote católico”, cuenta Rosario Gómez.

LA EXPANSIÓN

En 1991 el equipo de la Coordinación logró hacer contacto con paleontólogos de la Dinamation Internacional Society (DIS), organización no lucrativa dedicada a apoyar la investigación paleontológica en países fuera de los Estado Unidos.

“Su director Mike Perry y Jim Kirkland vieron el potencial y querían impulsar la paleontología en Coahuila. Dijeron, ‘¿cómo los podemos apoyar?, una forma es con capacitación’, y nos fuimos a capacitar a Estados Unidos por tres meses o por un mes. ‘La otra – dijeron- , es trayendo voluntarios que quieren excavar, gente que ya ha excavado en Estados Unidos y que puede enseñarles las técnicas de excavación’”, narra Martha.

A las expediciones de la Coordinación se había sumado el trabajo de decenas de voluntarios, jubilados en su mayoría, veteranos de guerra, que donaban su tiempo y su plata en pro de la ciencia.

“Ellos no preguntan ‘¿cuánto me vas a pagar y cuántas horas voy a estar aquí?’. Le entraron a la talacha, los vimos en campo, gente muy grande que no eran especialistas y aceptaba órdenes de nosotros, ‘limpie aquí, remueva allá...’. Gracias a ellos aprendimos a amar el desierto. En mi familia era siempre de que ‘ay el desierto no, la selva, la playa’, pero cuando venían estas personas extranjeras, que estábamos en Rincón Colorado y se maravillaban con cada cosa que veían, empecé a ver el desierto con otros ojos. Aquí vinieron a excavar millonarios de Estados Unidos, gente que económicamente no tenía ninguna necesidad de andar en el desierto de México excavando, con la intención de impulsar la paleontología mexicana”, dirá Martha Aguillón.

$!El grupo de expertas y expertos que han logrado los mayores descubrimientos de restos de dinosaurios en Coahuila, refieren que se necesitarían dos vidas para desentrañar el misterio de todos los hallazgos.

El resultado de aquella pasión, que Martha había cultivado por 40 años, dio fruto con la revelación, en 2024, de un dinosaurio que ella descubrió y que sería nombrado con su apellido: aguillonae, Labocania aguillonae, descrito como el primer animal terópodo, (dinosaurio carnívoro que camina en dos patas), tiranosáurido del estado, que vivió hace unos 72.5 millones de años, en la Parrita, General Cepeda.

Poderoso depredador, pariente del icónico Tyrannosaurus rex: 10 metros y medio de longitud y patas alargadas, diseñadas para la velocidad.

Era un monstruo de constitución corporal ligera, ojos grandes y un hocico pesado para matar presas indefensas.

PURA PASIÓN

En el suelo arenoso parduzco de una de las muchas áreas de huellas que el equipo descubrió hacia 1998 en la zona paleontológica de Rincón Colorado, Rosario está hincada a flor de tierra, señalando una huella de dinosaurio ante los ojos fascinados de los chiquillos del Cervantes.

“Ésta es original miren, no sé si la alcancen a distinguir, pero aquí está”, dice.

“Esas son las huellas de dinosaurio que estaban quizás en una zona anegada, en una zona con humedal, posiblemente...”, comenta Nacho, en medio de la expectante clase al aire libre.

“Con las huellas podemos conocer su ecología, el ambiente en el cual vivían, su cuestión social, con quién convivían, quiénes eran sus depredadores o sus enemigos...”, explica más allá René, los chicos ni parpadean.

Es el mismo viernes de la primera charla con los integrantes de la Coordinación de Paleontología, Martha pone en la mesa de la biblioteca una anécdota que, otra vez, marcaría un antes y un después, el parteaguas, en la vida de los miembros de la Coordinación.

Se dio cuando el entonces gobernador de Coahuila, Rogelio Montemayor, invitado por el grupo, fue a Rincón Colorado para mirar de cerca las huellas de dinosaurio, recién que había salido de una operación de columna.

“Estábamos en un auge tremendo con las excavaciones de Rincón Colorado. Llegan el nuevo gobernador, el doctor Montemayor, y el licenciado Óscar Pimental a la Secretaría de Educación. Les presentamos el proyecto y se fascinan. Lo que detonó todo fue que ellos visitaron Rincón Colorado, nos vieron excavando, vieron los dinosaurios. En aquel entonces estábamos rescatando el dinosaurio de la cantera 7 y se quedaron fascinados porque era una excavación muy bella, donde se perfilaban muy bien todos los huesos. En 1998 encontramos unas huellas en el pilote de Rincón Colorado, el gobernador estaba recién operado de la columna vertebral, pero quería ir a las huellas de dinosaurio, tenía que subir la loma y subió recién operado, subió a ver las huellas y se quedó maravillado”.

“Levantaba la vista y decía ‘imagínense al tiranosaurio debajo de una palma y nosotros en una hamaca’”, narra Carlos René.

Aquel golpe de vista en la loma, desde donde se dominaba todo el valle, desbordaría la inspiración de Montemayor.

“Estaba ensimismado en las huellas y dijo ‘sí, Coahuila tiene que tener un museo’”, abunda Martha.

Para entonces, los de la Coordinación ya eran expertos en eso de fundar museos, y llevar exposiciones itinerantes de sus fósiles por todo el estado y más allá.

“Nosotros montábamos, teníamos nuestros capelos de vidrio, y andábamos en todo el estado presentando esas exposiciones. Siempre tuvimos en mente la idea de crear un museo, decíamos ‘un museo de paleontología o un museo de dinosaurios’”, dirá Rosario Gómez.

En un principio sus dinosaurios se fueron a vivir a un edificio de ladrillo, plantado al fondo del parque Carranza, al sur de la ciudad.

“Éste es el primer museo de paleontología que hubo, en el Parque V. Carranza, con su letrero de ‘museo de paleontología’”, dice Martha mostrando una fotografía.

“Estaba hermoso ese museo, la verdad, su laboratorio y todo”, suelta Ignacio.

Otros monstruos se posesionaron de la casa abandonada del maestro de Rincón Colorado, su tierra natal, y allí se quedarían para ser admirados por el público.

“Tocamos muchas puertas, la primera idea fue ponerlo en Presa de San Antonio, que fue donde se rescató el primer dinosaurio, o en Rincón Colorado que era donde estábamos haciendo muchos más trabajos de rescate”, declara Rosario.

Los de la Coordinación habían participado en la fundación del Museo de Sitio de Rincón Colorado, primer recinto de este tipo en el norte del país, también en la creación del primer Museo de la Normal Básica de Coahuila, en Saltillo, y de un museo en Coalcomán, Michoacán.

Lo del Museo del Desierto, algo así como su obra maestra, vino después.

$!El grupo fue pionero en la paleontología coahuilense lo que ha tenido impacto en las nuevas generaciones.

PLANEACIÓN DEL MUDE

El gobernador Montemayor había ido a Estados Unidos, con el equipo de la Coordinación, para la firma de un convenio de hermandad entre Coahuila y Colorado, como estados unidos por la paleontología, y aprovechó el tiempo en visitar el Museo de Historia Natural de Denver.

“Dice, ‘nuestro museo no tiene que ser nada más de dinosaurios, tiene que ser un museo más grande, de Historia Natural, de primer mundo, como éste’”.

La Coordinación de Paleontología realizó entonces una gira con el ingeniero Octavio Pimental González, quien tendría a su cargo la planeación del MUDE, para visitar y ver varios museos de historia natural de México y Estados Unidos.

“El que más se acercó a la idea de Montemayor fue el Museo del Desierto de Arizona, Sonora”, comparte Rosario.

En 1998 se inició la construcción del Museo del Desierto.

Un año más tarde el MUDE saldría de su cascarón, cual orondo dinosaurio, para ser admirado por cientos, hoy miles de espectadores.

“La primera colección paleontológica del estado, que fue la que dio sustento al Museo, y que le sigue dando sustento, la constituimos nosotros”, dice Martha.

A la postre esta galería se erigió como una institución mundialmente reconocida por la relevancia de sus especímenes y las investigaciones científicas que realizan.

“En Latinoamérica no hay como el Museo del Desierto ni siquiera en México”, se ufana Carlos René.

“Es un museo vivo porque sigue investigando, haciendo acuerdos internacionales con diferentes universidades, trabajando sobre representaciones físicas, intentando rescatar esqueletos completos o frutos fósiles. No es un museo de exposición, es un museo de investigación”, dirá Alejandra.

El grupo de la Coordinación logró que la Paleontología cobrara importancia mundial con la participación en congresos internacionales, la publicación y divulgación de los descubrimientos, y la organización de simposios nacionales e internacionales, además de las semanas de paleontología que, año con año, 11 en total, reunían a entre 12 y 15 investigadores de talla nacional y mundial.

“Fuimos sede de un Congreso Internacional de Peces, vinieron 49 paleontólogos de diferentes países: Rusia, Japón, China”, detalla Rosario,

Y su trabajo daría algo más que una identidad a un estado que hoy es conocido como “Coahuila Tierra de Dinosaurios”.

La labor de la Coordinación, realizada en 37 años, pondría a Coahuila entre los 10 mejores lugares del mundo con restos de dinosaurio y diversidad de fósiles.

“Ha llegado hasta la invitación de parte de otros países para que nosotros participemos en proyectos de sus regiones”, dice René.

Bajo la luz lechosa del laboratorio, Martha acaricia el húmero de un dinosaurio gigantesco que aún no ha sido estudiado, descrito ni bautizado. Quién sabe si para entonces la vida de la Coordinación se habrá extinguido, pero su legado no...

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