El drama del agua en Saltillo: de los 600 manantiales del siglo XVIII a la crisis hídrica que enfrentamos hoy

En 1777 se contaban más de 600 manantiales en Saltillo. Hoy se estiman menos de trece. Esta es la historia líquida de una ciudad que nació del agua y que, entre válvulas, pozos y promesas, ha ido secando su memoria

Historias de Saltillo
/ 11 abril 2025
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Saltillo no nació de la industria, ni del ferrocarril, ni de la modernidad. Nació del agua. Antes de que alguien hablara de corredores industriales o de crecimiento urbano, este valle era un oasis improbable. En medio del semidesierto brotaban manantiales, se formaban ciénagas, corrían acequias. Los españoles no fundaron aquí una ciudad porque sí: vinieron a asentarse junto al agua. La historia de la humanidad, básicamente.

Mucho antes de la llegada europea, la región estaba habitada por dos tribus indígenas de la familia chichimeca (Gazeta del Saltillo, 2024). Ellos, primeros testigos del caudal, ya habitaban el valle donde convergían múltiples veneros. El Ojo de Agua, fuente principal, ya brotaba mucho antes de 1577.

Era una vertiente madre, de la que emanaban otros ojos, y probablemente el corazón simbólico de la zona. De ahí habría nacido el nombre “Saltillo”: algunos dicen que por un salto de agua; otros, que deriva de un vocablo chichimeca que significa “tierra alta de muchas aguas” (Carlos Gaytán, Croniquillas de Saltillo).

$!Reinterpretación. Panorámica de un Saltillo arcaico. La ciudad nacida entre veneros, acequias y huertas, al pie de la Sierra Madre. Un homenaje visual a la época en que el agua no era problema, sino paisaje (1)

En 1577, el portugués Alberto del Canto fundó la Villa del Saltillo precisamente junto al Ojo de Agua, tras cruzar el desierto. Hombres y caballos bebieron allí, y según la tradición oral, al ver el manantial, los viajeros exclamaron: “¡Se nos hizo el Saltillo!”. El mismo Del Canto se asignó tierras con manantiales, como el Ojo de los Patos, y estableció la Hacienda de Buenavista, al sur de la villa (Archivo Municipal de Saltillo; Espacios Urbanos de Saltillo, Carlos Recio Dávila).

Consumo de agua per cápita en Saltillo

Consumo de agua per cápita en Saltillo (2000–2023)

Desde el inicio, el agua organizó la vida de los habitantes: tlaxcaltecas, españoles y portugueses. En 1591 se estableció la acequia mayor que bajaba desde el Ojo de Agua y que dividía físicamente a la villa española (al oriente) del pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala (al poniente).

El Rey autorizó que los tlaxcaltecas irrigaran 36 caballerías de tierra con la quinta parte del caudal de cuatro manantiales (Gazeta del Saltillo, núm. II, 2022).

$!Plano de la ciudad de Salilo, 1902, Autor: Eluardo R. Laroche Formado por orden del Gobierno del Estado de Coahuila AMS, Mapoteca, p. 3, c. 1, 54-25.

El agua se repartía por días u horas. Se heredaba, se vendía, se registraba en escrituras. En 1680, el Cabildo multaba a quienes la acaparaban para riego. En 1722 se prohibió conducirla por calles, lavar inmundicias o abrir nuevas acequias sin permiso (Carlos Gaytán, Croniquillas de Saltillo).

En 1749, Pedro Ramos de Arriola pidió al Cabildo que los vecinos dejaran de contaminar los ojos de agua públicos con puercos sueltos. En 1761 se denunció que personas realizaban “actos indecentes” junto al Ojo de Agua, del que las mujeres tomaban líquido para sus casas.

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El valle de Saltillo era, como se decía entonces, “de riego”. Las haciendas solían llevar nombres con referencias al agua: Agua Dulce, El Salado. En 1777, el fraile Juan Agustín de Morfi reportó la existencia de 665 manantiales en el valle (Gazeta I, 2019). En 1792 el cronista Pedro Fuentes redujo la cifra a poco más de 300 (Libro Historias de Saltillo).

$!Ilustración que contrapone la riqueza líquida del siglo XVIII, con más de 600 manantiales, con la crisis actual de escasez y sequía. Una metáfora visual del conflicto entre la herencia viva del recurso y las dinámicas modernas que lo reducen a un símbolo de incertidumbre.

Entre 1782 y 1784 ya había ventas ilegales de horas de agua. En 1790, un conflicto entre el escuadrón de dragones provinciales y el cabildo de San Esteban por el acceso al agua muestra cómo la tensión por el recurso era constante.

En 1804, el ayuntamiento nombró a Ignacio Ramos como aguador oficial de la villa, con funciones que incluían cuidar el Ojo de Agua, repartir equitativamente, y auxiliar a viudas y huérfanos (Archivo Municipal de Saltillo).

A lo largo del siglo XIX, el agua fue absorbida lentamente por la ciudad. En 1814 se construyó la Caja de Agua, con tubos de barro que reemplazaron las cañerías de plomo (Carlos Gaytán, Croniquillas de Saltillo). Para 1840, una pequeña ermita ya decoraba el entorno del Ojo de Agua. En la invasión estadounidense de 1846-47, el soldado Hervey Neville registró que los saltillenses aún usaban acequias (Gazeta 06, 1995).

El agua que nos fundó

El agua que nos fundó

1577
Fundación junto al Ojo de Agua
Eje simbólico y vital del asentamiento, elegido por su caudal.
1591
Creación de la acequia mayor
Dividía a la villa española y el pueblo tlaxcalteca.
1777
Reporte de 665 manantiales
Fray Juan Agustín de Morfi dejó constancia del esplendor hídrico.
1900
Solo quedaban 13 manantiales
La urbanización absorbió la mayoría de los ojos de agua.
1965
Proyecto para 300 litros/segundo
Primera gran inversión estatal para ampliar el abasto.
2003
Concesión a AGSAL
Se privatiza el sistema hídrico municipal, generando controversia.
2024
El Ojo de Agua aún da el 25% del abasto
Nunca se ha secado. Sigue sosteniendo a la ciudad.

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En 1852, vecinos denunciaron que el dueño de las fábricas La Aurora y La Hibernia contaminaba la acequia construyendo letrinas sobre ella. En 1878, la figura del aguador público seguía vigente. Y en 1879, la Acequia de San Esteban tenía 28 accionistas (Gazeta II, 2023).

Para 1900, de los más de 600 manantiales fundacionales, quedaban trece (Carlos Gaytán, Croniquillas de Saltillo). En 1903 se concluyó la red de distribución, y en 1906 se instalaron los primeros medidores. En 1908 se alertó que el gasto superaba por 250 mil litros por hora la capacidad de entrada. Las autoridades cerraron válvulas por las noches.

$!De oasis a espejismo: en 1777 Saltillo contaba con más de 600 manantiales. Para 1900 solo quedaban trece. Hoy, sobreviven apenas unos cuantos. Este gráfico muestra el colapso hídrico de una ciudad que nació del agua y aprendió a olvidarla.

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En los años cuarenta, se culpó al gobernador Nazario Ortiz Garza por desviar agua al sur para regar sus viñedos. La galería filtrante colapsó. Para entonces, quedaban pocas huertas de las más de 300 que habían definido la economía local (Archivo Municipal de Saltillo).

En los años cincuenta, con una población de 100 mil personas, barrios enteros carecían de agua en verano. Los que tenían norias, vendían o regalaban. Para 1965, el gobierno estatal proyectó llegar a 300 litros por segundo con nuevos fondos públicos.

$!Contraste estético que revela la transformación del agua de un patrimonio natural y cultural a un recurso controlado por infraestructuras modernas. La imagen invita a reflexionar sobre cómo el olvido de las raíces acuáticas se fusiona con una gestión desconectada de la herencia y el pulso vital de la ciudad.

Entre 2000 y 2003 se aprobaron más de 70 fraccionamientos. La concesión del sistema a una empresa española provocó conflicto social. Fue vista como un “negocio” de extranjeros con lo que pertenecía a la ciudad.

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Pero el discurso técnico parece ignorar la lógica histórica. En vez de proteger el Ojo de Agua —que todavía hoy abastece al 25% de la población saltillense, según el padre José del Río y Santiago— se apuesta por extraer agua de Arteaga, Ramos Arizpe o donde sea que una empresa ofrezca más litros por segundo.

La ironía es brutal: una ciudad que nació del agua, que se nombró por ella, que la convirtió en eje social y espiritual, hoy debate sobre cómo seguir extrayéndola sin saber cómo conservarla.

Mientras tanto, el Ojo de Agua no ha dejado de brotar. Nunca se ha secado. Ahí sigue, bajo la piedra, bajo el asfalto, como si esperara que alguien recuerde que todo empezó con un manantial.

Porque en Saltillo no se trata solo del agua que falta, sino de la memoria que se nos escurre entre los dedos.

Este texto se elaboró con ayuda de herramientas de IA (NotebookLM, ChatGPT y Midjourney), pero su contenido se basa únicamente en fuentes locales y verificadas: 17 ediciones de la Gazeta del Saltillo del Archivo Municipal, obras de Carlos Recio y Carlos Gaytán, así como más de una decena de reportajes y columnas recientes de Vanguardia.

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