Papa León XIV: una voz que contrasta con el rugido de Trump

Opinión
/ 9 mayo 2025

Si el presidente norteamericano ha sido símbolo de división, populismo agresivo y negación de valores democráticos, León XIV encarna una visión alternativa del alma estadounidense

En tiempos donde la política global se polariza y los discursos de odio parecen ganar terreno, la elección del nuevo pontífice, León XIV, representa una bocanada de aire fresco y una contra-narrativa poderosa: la de una fe comprometida con los excluidos y los principios universales de dignidad y justicia.

La figura de Robert Francis Prevost −estadounidense de nacimiento, latinoamericano por convicción y agustino por vocación− no podría estar más lejos del perfil de Donald Trump. Si el presidente norteamericano ha sido símbolo de división, populismo agresivo y negación de valores democráticos, León XIV encarna una visión alternativa del alma estadounidense: la del compromiso con los pobres, la apertura al diálogo y la firmeza moral basada en la compasión, no en la imposición.

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Prevost no es un improvisado. Su formación matemática en Villanova le otorga una mente estructurada; su especialización en derecho canónico en Roma, rigor eclesial. Pero lo que verdaderamente define su perfil es su experiencia como misionero y obispo en el norte del Perú, donde convivió con comunidades vulnerables, alejadas del centro y profundamente necesitadas de esperanza.

Como Francisco, su predecesor, León XIV asume el liderazgo de una Iglesia herida, pero viva. Continúa con la defensa de los más pobres, pero lo hace con una voz que proviene de un país donde, paradójicamente, los valores del Evangelio han sido instrumentalizados por sectores conservadores para justificar el autoritarismo, el machismo político y la negación de derechos.

La elección de Prevost es un gesto del Espíritu, dirán algunos, en el contexto de una América sacudida por contradicciones morales. En Estados Unidos, sectores católicos no sólo minimizaron los abusos dentro de la Iglesia, sino que además respaldaron con entusiasmo al trumpismo, sacrificando la ética del bien común por conveniencias de poder.

Y, sin embargo, en ese mismo país germinó la figura de Prevost, alguien que no sólo conoce las periferias latinoamericanas, sino que también ha permitido bendiciones a parejas del mismo sexo −una postura que sin ser rupturista, muestra sensibilidad pastoral y apertura sin ceder principios doctrinales.

Frente al ruido de los “buffoons” políticos que han desacreditado los valores fundacionales de Estados Unidos, León XIV representa una América alternativa: la que cree en la hospitalidad, en los “cansados, los pobres y las masas apiñadas que anhelan respirar libres”, como reza el poema grabado en la Estatua de la Libertad. Una América que no busca ser “grande de nuevo”, sino justa otra vez.

Este nuevo Papa es también un llamado a que el catolicismo recupere su vocación original: ser universal. Como escribía James Joyce, la Iglesia era para él “HCE: Here Comes Everyone” −aquí viene todo el mundo−. Si el catolicismo deja de ser para todos, si no tiende la mano a musulmanes, agnósticos, judíos o simplemente al ser humano que sufre, habrá perdido su esencia.

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Benedicto XVI, gran teólogo, creía que la fe sobreviviría como faro en un mundo de tinieblas. León XIV, sin embargo, parece decir que aún hay día por delante, que la conversación entre la Iglesia y la humanidad no ha terminado, y que la ternura también puede ser un lenguaje político.

Con su elección, El Vaticano no sólo ha elegido a un hombre, sino también una dirección: una Iglesia que no se encierra en la sacristía, sino que sale a las calles del mundo. Y en ese gesto, tan profundamente evangélico, León XIV se convierte no sólo en líder religioso, sino en una voz para los que ya no tienen voz.

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