Reflexiones sobre la producción del espacio público

Opinión
/ 16 abril 2025

El espacio público es un crisol atemporal de ideas, de voluntades, de personalidades y de expresiones. Amalgama aspectos tan diversos −y hasta contradictorios entre sí− que se antojaría inverosímil la mera posibilidad de su existencia

Cuando hablamos de espacio público, regularmente pensamos en el lugar físico exterior, ese que observamos y recorremos día con día en el desarrollo de nuestras actividades. Sin embargo, pasa desapercibido el aspecto intangible del espacio público.

Podría pensarse que, siendo algo abstracto, no sería relevante, sin embargo, no es un tema menor. Al hablar del aspecto intangible del espacio público estamos hablando de su esencia, de su alma, de ese algo que más fácilmente se puede percibir que explicar.

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Y es que el espacio público es un crisol atemporal de ideas, de voluntades, de personalidades y de expresiones. Amalgama aspectos tan diversos −y hasta contradictorios entre sí− que se antojaría inverosímil la mera posibilidad de su existencia.

En esto precisamente estriba la relevancia de atender este concepto. Cada nueva generación de ciudadanas y ciudadanos toma, involuntariamente y por la fuerza de la necesidad, la estafeta de continuar con la tarea de la producción del espacio público.

Es decir, esta dimensión pública del espacio, a pesar de ya existir y contar con dinámicas −aceptadas por el colectivo−, funcionales y perceptibles, se mantiene en un proceso de permanente construcción, tanto en su dimensión tangible como en la intangible.

Vale decir en este punto que la construcción a la que me refiero en el anterior párrafo no radica necesariamente en materializar algo inexistente, sino también en la posibilidad de recrear el espacio existente o replantear las dinámicas que en él suceden.

Es reinventarlo, impregnarlo de las nuevas ideas, de las nuevas intenciones de disfrute, para que siga respondiendo a su aptitud de entorno útil y funcional para la convivencia de todas las personas que habitan la ciudad. “Todas”, por supuesto, subrayado.

Sin embargo, pocas veces atendemos a la vocación de universalidad del espacio público. Lo restringimos en la posibilidad de ser disfrutado, aprovechado y compartido. Incluso hemos llegado al absurdo del uso de expresiones de arquitectura hostil para “protegerlo”.

Porque en algún punto llegamos a creer que tenemos una especie de legitimación exclusiva para la defensa del espacio y la ejercemos contra quienes se nos crucen por el camino. Algo así como una patente de corso en el cuidado del entorno común.

Pero, obviamente, esa defensa la hacemos a partir de nuestra particular perspectiva, con todos los sesgos que supone un pensamiento personal, por válido y noble que se presente, y que sin mala intención, pero natural efecto, anula las perspectivas ajenas.

Es aquí donde tendríamos que pensar −con un gran sentido de empatía y una excepcional apertura a la observación y a la escucha de las realidades ajenas− en los privilegios propios y las desventajas de las y los demás. Punto de partida conveniente y necesario.

El ejercicio no es sencillo, por supuesto. Precisa abandonar la zona de confort que aporta el juicio desde el privilegio personal y prestarse a conocer esas realidades que siempre han estado ahí, pero a las que no les hemos dado la oportunidad de “contarnos” su historia.

Hacerlo aporta enormes activos para nuestra interacción con el espacio público y con quienes lo compartimos. No vayamos tan lejos: podríamos incluso comprender mejor las realidades de esos grandes desconocidos a quienes atinamos a llamar vecinas y vecinos.

Al final, en el contexto de ciudad, no importa qué tan lejos estemos de las y los demás. Por el hecho de compartir la ciudad tenemos la oportunidad de ejercer una vecindad que aporta enorme valor a nuestras vidas y que se debe, por supuesto, reflejar en el entorno.

Y es aquí donde retomamos el concepto de la producción del espacio público. Desde la noción de la vecindad y del sentido de pertenencia, desde la corresponsabilidad en su uso y conservación, desde la necesidad de su funcionalidad y de su más amplio disfrute.

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Producirlo significa construirlo tanto en lo tangible como en lo intangible. Significa fortalecer las dinámicas que en él se dan y dar forma a dinámicas emergentes que alcancen a todas y todos. Significa modelarlo con las manos dispuestas de todas y todos.

Porque el espacio público no es rígido, aunque a veces se perciba de esa manera; es y debe ser plástico, moldeable y dúctil. Debe poder transformarse, adaptándose a lo que el contexto exige, respondiendo a su esencia humana y a su carácter humanizante.

Tomar parte en la responsabilidad de producirlo, le impregnará de nuestra esencia y hará más natural su apropiación, lo que es indispensable para un futuro posible.

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