Semana Santa: el Saltillo intangible que aún se puede respirar

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Esas horas en las que flota aún la espiritualidad hablan de una esencia que perdura, primigenia, en una parte del Saltillo de ahora, que es posible respirar, aun siendo intangible
Viernes Santo, las 3:00 de la tarde. Una hora atemporal, de todos los siglos. Como si se experimentara igual, una y otra vez, a lo largo del tiempo: lo mismo hace 40 años que hace 10, o apenas la pasada semana.
Caen las campanadas de Catedral, una tras otra, con un tañer distintivo al del diario trajín, cuando recuerdan las actividades cotidianas que se están efectuando al instante. Sonido grave y definitivo.
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Pero siendo la Semana Santa, siendo Viernes Santo, la esencia del momento, este abril de 2025, adquiere un matiz de tristeza.
Hay en el imaginario la presencia de una mezcla de aire y polvo que se apuesta en punto de las 3:00. Representa el alcance del sacrificio de Jesús Crucificado, la hora de su muerte y, entonces, todo se vuelve silencio.
Un silencio estremecedor. Callan las voces, calla toda manifestación del sonido y ocurre entonces lo inimaginable, lo incomprensible: se logra escuchar el silencio. Desde siempre, un silencio que se corporiza y adquiere una dimensión sobrecogedora, un sentido extraño. Silencio sacramental que lleva siglos reproduciéndose.
Con el silencio, la tristeza se apodera igualmente de la atmósfera: ambiente de melancolía difícil de aprehender. No es fácil que los sentidos, los más sencillos sentidos, sepan a lo que se enfrentan.
Se descubren sensaciones más allá del efímero olfato; la agudeza de la vista, lo concreto del tacto, la sutileza del gusto y lo definitivo del oído que exploran en ese ambiente cargado de tristeza que cubre el Viernes Santo.
Las horas que transcurren luego acentúan más profundamente la soledad, acogida bajo las sombras de la oscuridad. Cuando van cayendo las horas, una detrás de otra, el silencio se vuelve intenso.
Lo rompen de pronto poderosos ladridos. Asustan por la forma en que rasgan en medio de la oscuridad y, al igual que las horas, caen en cascada, en respuesta a lejanos ecos emitidos también con fuerza y quién sabe por qué motivados. En un par de minutos, que se sienten prolongados, vuelve el silencio sobrecogedor.
El paisanaje citadino es completamente distinto al de décadas atrás, aunque en él siga flotando el ambiente de tristeza y melancolía.
Ahora la circulación de autos no cesa, ni de día ni de noche, empeñándose en demostrar “la gran ciudad” en la que nos hemos convertido. Pero, accidentes a la orden del día y la teoría de un joven: “Aquí se le perdió el miedo al volante”. A la emoción por entenderle al volante se le agregan todos los días la irresponsabilidad, la absoluta falta de conciencia, la negligencia, la impunidad.
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Acompaña a la feroz manera de conducir, al inacabable fluir de autos, la venta en unas carpas de pésimo aspecto en el centro. Un aspecto que pinta de mal gusto las principales calles. Lunares que manchan.
¿Se logra una abstraer? Hay que seguir andando, y los que lo logran intentan rememorar lo que estas fechas dicen por sí mismas. Un recogimiento que, gracias al empaque mismo de la ciudad, puede llegar a experimentarse. Un recogimiento que dista, o debiera distar, de lo absolutamente comercial.
Esas horas en las que flota aún la espiritualidad hablan de una esencia que perdura, primigenia, en una parte del Saltillo de ahora, que es posible respirar, aun siendo intangible.
EL PAPA INCLUYENTE
Adiós al Papa incluyente, al Papa que tanto ofreció, el de tan grande carisma. El papa Francisco deja invaluables lecciones de vida para adoptar.